Aprender a vaciarse
Vivimos en la era de la infoxicación. Cada día recibimos muchos más inputs de los que nuestro cerebro puede procesar. Todo ocurre a velocidad de vértigo. Las noticias se suceden sin darnos tiempo a digerirlas. Cuando aún estamos procesando el último huracán es sustituido por una guerra en la otra parte del mundo. De todo lo cuál no sabremos más que unos pocos datos. La realidad no se detiene. Y por eso hay que aprender a vaciarse.
Ya no sabemos esperar en el metro o en una consulta médica mirando a los demás u hojeando una revista. Nos pasamos el rato consultando el móvil, llenándonos de más datos, contestando mensajes, tomando fotos y más fotos. Sin dejar que nuestra mente descanse ni un sólo instante.
Vemos películas en que las imágenes discurren sin descanso. Si miras ahora una película de hace 20 o 30 años puede llegar a parecerte lenta. Pero no es que esas películas antiguas sean lentas sino que muchas de las actuales son muy rápidas, como si de un videoclip o videojuego se tratara.
Hay personas que ya no leen novelas por el placer de leer sino por batir su propio récord de libros leídos en un año. ¿Hay alguna marca a batir en cuanto a lectura más allá del placer de la lectura? Pero bueno, por lo menos leen. Porque muchas personas son actualmente incapaces de concentrarse en un libro, ya que lo encuentra poco estimulante comparado con el ir y venir de las «pantallas».
También existe el grupo de los «cursillistas» que encadenan un curso o máster tras otro, sin apenas parar a digerir lo aprendido. Y sobre todo, sin aplicarlo. Porque es imposible aposentar los nuevos conocimientos si no los llevas a la práctica, si no haces uso de ellos. Al final tienes la cabeza repleta de conocimientos que no sabes cómo usar.
Te sucede lo que explica este cuento zen:
Cuentan que un estudioso, fue de visita a la casa de un maestro Zen. Al llegar se presentó a éste, contándole todos los títulos y aprendizajes que había obtenido en años de sacrificados y largos estudios.
Después de tan sesuda presentación, le explicó que había venido a verlo para que le enseñara los secretos del conocimiento Zen.
Por toda respuesta el maestro se limitó a invitarlo a sentarse y a ofrecerle una taza de té.
Aparentemente distraído, sin dar muestras de mayor preocupación, el maestro vertió té en la taza del guerrero, y continuó vertiendo té aún después de que la taza estuviera llena.
Consternado, el estudioso le advirtió al maestro que la taza ya estba llena, y que el té se escurría por la mesa.
El maestro le respondió con tranquilidad «Exactamente señor. Usted ya viene con la taza llena, ¿cómo podría usted aprender algo?
Ante la expresión incrédula del estudioso el maestro enfatizó: «A menos que su taza esté vacía, no podrá aprender nada. Así que despréndase de sus creencias y de sus ideas preconcebidas. Deje la mente vacía»
El estudioso entendió, se inclinó ante el maestro y desde ese momento fue su mejor discípulo.
Así como sucede en el cuento hemos de aprender a vaciar nuestra mente. Cuando la mente está vacía puede aprender nuevas cosas y desde esa vacuidad es más fácil centrarse. Una mente atiborrada de ideas y conocimientos se colapsa y aunque parezca un contrasentido, lo único que puede hacer es repetir patrones. Para ser creativos se necesitan experiencias reales, vividas, oídas, tocadas, olidas y degustadas. Es en ese estar en el mundo en dónde podemos sorprendernos, interesarnos, sentir la necesidad de introducir cambios. Si sólo vives dentro de tu cabeza, acumulando información, no necesitas cambiar nada.
Es dejar que nuestro cerebro haga lo que mejor sabe hacer que es clasificar toda esa información, eliminar lo accesorio y procesar lo importante. Pero no desde lo racional, sino desde procesos inconscientes en los que confiamos que nuestra intuición es tan válida como nuestra razón e incluso más.
Por eso, para hacer cambios, para pensar creativamente, para variar nuestros hábitos, hemos de atrevernos a soltar. Hay que tener el valor de vaciar la mente, de soltar ideas preconcebidas, creencias, prejuicios, juicios y todo aquello que nos aleje del momento presente. Y finalmente hay que soltar el Yo. El paso más difícil pero también el más gratificante. Porque una vez lo has soltado todo, cuando ya no hay nada a lo que aferrarse, de repente en ese vacío te encuentras a ti mismo. Y descubres que todo lo que querías ser ya lo eres, lo que querías tener ya lo tienes y que la vida se vive a cada instante, desde cada centímetro de tu cuerpo. Y entonces, sólo entonces, pones a la mente en el lugar que le corresponde. A tu servicio.
¿Has vaciado tu mente alguna vez?
Si no sabes cómo aprender a vaciarte, contacta conmigo.
Mertxe Pasamontes
Comments
Lo que le da su valor a una taza de barro es el espacio vacío que hay entre sus paredes.
Lao-tsé
Es la ley natural que dice que todo espacio vacio tiende a ser llenado. Por mi experiencia, si dejas un vacio de cosas negativas tenderá a ser llenado de lo mismo de manera multiplicada, en cambio, si das cosas extraordinarias, se genera un vacio que se llenará de cosas que ni te imaginabas que podias recibir.
No obstante, creo que a veces hay demasiada obsesion con sanarse y limpiarse, cuando lo mas inteligente es buscar la forma de no ensuciarse tanto por dentro y por fuera, unos habitos diarios equilibrados y saludables ahorran mucha limpieza y solución de conflictos en el futuro.
A veces preferimso el dolor leve pero soportable que un dolor mayor en el ahora. Eso nos hace que al final estallemos, como me ha ocurrido a mi y a muchisimas personas con las me relacion, como familia, clientes, colaboradores. GRACIAS por el post