La niña que soñaba que era Alicia
Annie Leibovitz, de la serie Alice in Wonderland
Como estamos ya casi en vacaciones, hoy os ofrezco un poco de storytelling. 😉
La niña que soñaba que era Alicia
Aquella niña había nacido en una gran ciudad que vivía de espaldas al mar. Para los habitantes era normal ese mar escondido, tan sólo intuido por la humedad, el sonido de las sirenas de los barcos cuando había niebla y un cierto olor a sal en el aire. También era corriente para ellos el llevar una vida pautada, haciendo lo que se esperaba de un buen ciudadano: ir al colegio, estudiar o trabajar, casarse, tener hijos, pagar la hipoteca y los impuestos y acabar sus días en una residencia del estado. Pero aquella niña soñaba muchas veces que era Alicia y que viajaba a través del espejo a mundos maravillosos. Pero mientras soñaba su vida transcurría por la pauta esperada.
Cuando empezó a trabajar en aquel lugar, haciendo lo que más le gustaba, se sorprendió de su suerte. Sus jefes no eran como los jefes de los demás. Eran amables y divertidos. Se preocupaban por ella y por su bienestar. O por lo menos eso parecía. Nada hacía pensar que no fuese todo estupendo. Pero un día tal como había hecho Alicia en el cuento, nuestra niña tomó un bocado de un pastel que decía Cómeme y creció y creció, hasta que su cabeza salió por el techo de su pequeño despacho y tuvo que sacar las piernas por la puerta y los brazos por la ventana, tal era su tamaño y tan pequeño el espacio que la cobijaba. Lamentablemente, no había otra botella para recuperar su tamaño normal. Así que fue a hablar con sus encantadores jefes para explicarles lo sucedido. Tal vez podía hacer nuevas cosas fuera de aquel despacho que le quedaba pequeño. Tal vez ellos podían compartir su reinado. Entonces descubrió para su sorpresa, que no todos vivían en el país de las maravillas. Había personas que habitaban tierras lejanas en donde había que protegerse de las niñas que creían ser Alicia. Y guardaban la corona como un gran tesoro, sólo al alcance de algunos.
Tuvo que pasar un tiempo hasta que consiguió sacar su cuerpo de aquel pequeño lugar, tan encajonado se hallaba, para visitar nuevos mundos. Y un día, frente a la pantalla de su ordenador, descubrió que había más gente tras el espejo. Muchos eran tan raros como el Conejo blanco y siempre hablaban del GTD. Otros eran sonrientes como el gato del Cheshire y hasta había alguna Reina de conexiones. Pero entre todos aquellos seres había encontrado un espacio en donde podía crecer y decrecer a su antojo, sin que nadie se lo cuestionara y con sólo algún que otro Sombrerero loco que trataba de proteger su tesoro. Y entonces decidió dedicar su vida a ayudar a aquellos que decidieran cruzar el espejo para que supieran que había gente al otro lado y que otra manera de vivir era posible. Y que en ese lugar siempre se le permitiría comer un pedazo del pastel Cómeme y seguir creciendo.
¿Te atreves a cruzar el espejo?
Mertxe Pasamontes
Comments
Si me atreveria, y de hecho tengo deseos de entrar en el espejo y buscar otros caminos, para que se cumplan mis sueños, me encanto este post.
.-= Ahora mismo, en el blog de ane: El aire huele a azahar =-.
Buena metafora y buen ejemplo de storytelling. No había pensado en Alicia de ese modo.
.-= Ahora mismo, en el blog de David Soler: Media140 Barcelona =-.
Es sencillo cuando lo has vivido así. Al fin y al cabo el storytelling no deja de ser vivencias, como todo lo que hacemos en esta vida….
¡Qué afortunada, niña Alicia!
Supiste salir a tiempo de aquél cajón. Fuiste sabia y valiente. ¡Cuánto me alegro! y, por si nunca te lo dije: te admiro por ello.
Yo conozco otra niña que se empeñó en seguir allí dentro. Su ilusión era otra: hacer de la pequeña casita un lugar abierto, donde junto a ella pudiera crecer todo aquél que deseara morder el “pastel crecedero”… donde el único límite fuese el mismísimo cielo. Centenares de niños acudían a diario al centro.
Las ilusiones de Alicia crecían al ritmo de su cuerpo, hasta el punto que ni le dejaban mirar hacia adentro.
Por la chimenea seguía viendo el cielo, aunque ya no sabía qué había sido de su cuerpo: algunos de sus miembros se adaptaron al cajón, atrofiándose, otros se deformaron para colarse por balcones y ventanas buscando un espacio abierto.
Hasta que un día a la niña le faltó el aire, la luz… todo se volvió negro… Si abría los ojos todo giraba: su cabeza rodó por los suelos.
Quizás por una vez la Reina de Corazones había triunfado en su empeño: ¡Que le corten la cabeza! Y así lo hicieron.
Era sólo una niña, con un cuerpo gigantesco. Molestaba, ya no cabía allí adentro. Solamente mutilada pudo salir del cajón que había creído de ensueño.
Ahora vaga perdida arrastrando su dolorido cuerpo. Juguetea con su ordenador… entra y sale del espejo… Tiene miedo de cruzarlo porque… en algún lugar de su historia perdió su “pastel crecedero”.
Y llora como una anciana anclada en su último puerto.
.-= Ahora mismo, en el blog de Ana Maria: HAPPY EASTER! =-.
Hola Ana M.
Sigues al otro lado del espejo, aunque a veces no lo veas. Sólo hay que esperar un tiempo para encontrar la botella que dice Bébeme y que te permite recuperar el tamaño que necesitas en cada momento. A veces pequeño para pasar bajo una pequeña puerta, a veces grande para derribar a la Reina de corazones.